Ventanas al Cielo
Todos sabemos la experiencia de mirar a través de una ventana. En
cualquier edificación, nuestra casa, una oficina, un salón de
clases, una iglesia, las ventanas hacen una gran diferencia en como
nos sentimos en ese edificio. Las ventanas nos permiten mirar hacia
fuera y participar de la belleza de la naturaleza y en las
actividades que allí se estén realizando. Ellas dejan entrar la luz,
bien sea la brillantez del sol ó la suavidad de la luz de la luna y
las estrellas, para que brillen en nuestro mundo interior. Las
ventanas también nos protegen y limitan. Nos permiten ver la
tormenta sin mojarnos. Mientras podemos observar un niño jugando,
ellas usualmente nos mantienen alejados de sus voces.
Las ventanas son realmente medios de
comunicación con el mundo exterior. Aún cuando estén limitadas por
el vidrio o por su ubicación en el edificio, lo que vemos y
experimentamos es real y verdadero. Por supuesto, las ventanas no
dejan ver bien si están sucias o cubiertas con un papel o cortina. Y
las diferente ubicaciones de las ventanas en el edificio nos dan
diferentes perspectivas de la misma realidad exterior.
Yo quisiera sugerirles que consideremos los sacramentos
como ventanas que permiten la comunicación entre nuestro mundo y el
Reino de Dios.
Cuando Dios crea el mundo, Él coloca allí a Adán y Eva,
las únicas criaturas creadas a su imagen y semejanza, como sus
intermediarios entre El y el resto de la creación. Adán y Eva iban a
ejercer la autoridad de Dios en todas las cosas creadas. Ellos
fueron, si se quiere, las primeras ventanas que dejaban que el amor
y la luz de Dios se vertieran en la creación. Su pecado, por
supuesto, impidió su función como comunicadores de la presencia de
Dios. Ellos cerraron las persianas y corrieron las cortinas en sus
vidas. Ellos dejaron de funcionar como ventanas al cielo.
La carta a los hebreos nos dice: “En el pasado, Dios
habló a nuestros padres muchas veces y en muchas formas a través de
los profetas, pero en estos últimos días Él nos ha hablado a
nosotros a través de su Hijo. Él es aquél a través de quien Dios
creó el universo, aquél a quien Dios ha escogido para poseer todas
las cosas al final. El refleja el resplandor de la gloria de Dios y
en Él expresó Dios lo que es en sí mismo.” (1:1-3a) Jesús es la
ventana completa y final de Dios, su última revelación del divino
amor y vida. Como Jesús le dijo a Felipe: “El que me ve, ve al
Padre.” (Juan 14,9). Jesús es el sacramento, el signo
externo, la verdadera y real ventana al cielo.
¿Cómo vamos a experimentar la presencia de Jesús ahora,
2000 años después de su presencia historia? Las escrituras son
claras; Jesús ascendió y volvió a su lugar en el cielo con el Padre
y el Espíritu Santo. Antes de ascender, Jesús dejó atrás una
comunidad de creyentes, la Iglesia. Al formar la Iglesia y darle la
misión Jesús le dijo a sus discípulos: “El que los recibe a ustedes,
a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha
enviado.” (Mateo 10:40). La Iglesia, la comunidad de creyentes es el
signo exterior, el sacramento vivo, la ventana a través de la cual
el mundo puede mirar al cielo y a través de la cual Dios quiere
hacer brillar su gracia y luz en este mundo.
La Iglesia muy temprano en su historia adopto el
termino “sacramento” para referirse a las siete formas como la
comunidad d creyentes actúan como ventanas al cielo. En el ejercito
Romano el ‘sacramentum” era el juramento que un soldado hacia cuando
empezaba su carrera militar. A partir de ese momento, su tiempo,
energía, talento, de hecho su propia vida estaba al servicio del
Emperador y de la Gente de Roma. La mayoría de nosotros piensan en
los sacramentos en términos de la ceremonia, el bautismo, la primera
comunión, el matrimonio. La ceremonia es solamente una parte muy
pequeña pero muy importante en el sacramento.
Es nuestra vida y nuestra relación de Fe con Jesús que
nos hace ser los signos externos, los sacramentos vivos del amor y
la presencia de Dios. El matrimonio es una buena ilustración. Un
matrimonio, cualquier matrimonio, comienza con un hombre y una mujer
formando una relación, una amistad que progresivamente se hace mas
seria, mas envuelta, mas exclusiva, mas comprometida. Ellos
alcanzan un punto cuando al ‘hacer un sacramento’, enfrente de Dios
y de la Iglesia intercambian votos para continuar en un camino de
vida, luego van y dan vida a una familia y a un hogar. El
sacramento, la ventana de la gracia no fue pocos minutos en una
ceremonia de la Iglesia sino todo lo que paso antes y más
especialmente lo que continuo después. Cuando ellos se juramentan
cada parte da de sí misma y también recibe el regalo de la otra
parte.
Si usted y yo vamos a ser sacramentos vivientes, signos
externos que manifiestan la gracia de Dios, si nuestras vidas van a
ser ventanas que se abren al cielo, entonces nosotros debemos
comenzar con una relación de fe con Jesús; una relación que crece y
se intensifica. Si nuestro bautismo, nuestra confirmación, nuestra
comunión, nuestro matrimonio, nuestra ordenación, nuestra confesión
y nuestra unción en la enfermedad, van a tener un sentido real, un
verdadero efecto en nuestras vidas y en las de otros, entonces ellas
tienen que ser actos, juramentos de vivir la vida de un cristiano de
palabra y obra. ¿Que bueno tiene hacernos un juramento nosotros
mismos en el matrimonio y luego, después de la ceremonia, ir por
caminos separados?, ¿Que de bueno tiene ser inmersos en las aguas
del bautismo y después vivir como no creyentes?, ¿Por que hacer una
primer comunión si luego no volvemos de nuevo al altar?
Cada ceremonia sacramental envuelve una cosa física
especifica, es decir, agua, aceite, pan y vino. Estas cosas
manifiestan de qué se trata la relación con Dios. Ellas revelan la
gracia y experiencia particular del sacramento, en las tres
catequesis restantes, exploraremos estos signos sacramentales y su
significado para nuestras vidas como creyentes.